8 jul 2010
Lost in traslation
Como siempre, el amigo Casas no se calla nadie nada nunca y nos regala su antigordismo brillante e ilustrado
5 jul 2010
Vencedores y vencidos
Es muy triste ilusionarte: la desilusión siempre te mata. Benditos aquellos que no creyeron en esta selección, desde el comienzo. Benditos los que, cuando ganamos los tres primeros partidos de Argentina del Mundial, no se maravillaron con una sola jugada de Messi, y sí se manifestaron preocupados porque atrás éramos un desastre (sobre todo el sector derecho de la defensa) y porque, en el medio, “Mascherano estaba muy solo”. Benditos los que nunca, ni aún en sus mejores tardes en el Camp Nou, vieron en Lionel Messi al sucesor de Maradona. Qué suerte los que esperaban, deseosos, este traspié (aunque nunca, calculo, imaginaron la goleada teutona).
Nosotros, una gran parte de este país, nos ilusionamos. De esa gran parte, me creo –o creía- entre el selecto grupo de los que “saben de fútbol”. El resto, esa masa anónima que te dice “a mí el fútbol no me gusta, salvo en los mundiales”, también creyó que la copa era un sueño posible, y más desde la increíble salida del –después de Alemania- mejor equipo del torneo: Brasil.
Yo creí que Lionel Messi era no sólo la reencarnación del Diego: aposté también que podía llegar a superarlo. Esperé, en vano, que apareciera su rebeldía, su fuego sagrado, como cuando le clavó 4 al Arsenal de Inglaterra. No me desesperé porque no apareciera su gol, y conté que Paolo Rossi, en el ´82, no anotó recién hasta el quinto partido, y después fue el goleador del Mundial, con 6: igual que Kempes en el ´78, que hasta el cuarto partido estaba virgo de goles, y después se llevó la gloria, y el Botín de Oro. También imaginé que, defensivamente, con Otamendi por la derecha, Podolsky y cuantos se arrimaran por allí estarían bien controlados. Recordé que el Estudiantes de Sabella ganó la Libertadores con 4 defensores centrales. Acordé en que Mascherano suele jugar mejor solo en el medio que con otro mediocampista de contención al lado. Supuse que la falta de laburo táctico de Maradona había sido subsanada con el ingreso del Negro Enrique al cuerpo técnico. Dí por sentado que el flaco Di María se destaparía en la etapa final. También arriesgué que Alemania, igual que en el ’86, ó en el ’90, nos respetaría, como nos respetaban, en general, las potencias del mundo futbolero.
Perdí. Perdimos.
Ganaron los otros.
Ahora, ellos, esperarán, sonrisa en boca, las barbaridades mediáticas de Sanfilippo, que repetirán, como chistes verdes, eufóricos, en futuros asados, en mesas de café. Paladearán una y otra vez las declaraciones agrias de Ribolzi. Se burlarán cuando Messi, de acá a unos meses, vuelva a romper récords con la del Barcelona. Y putearán cuando Grondona, con su soberbia autista, vuelva a confirmar a Maradona como dt de la selección.
¿Nosotros? Nosotros seguiremos tranquilos pero heridos, hasta que la pelota vuelva a rodar y la selección juegue aunque sea el peor amistoso, cualquier día de semana. Allí encontraremos la mínima excusa (una pared, una rabona, un zapatazo de veinticinco metros) para alegrarnos y volver a ilusionarnos con la utopía de un Maracanazo argento en el 2014.
Nosotros, una gran parte de este país, nos ilusionamos. De esa gran parte, me creo –o creía- entre el selecto grupo de los que “saben de fútbol”. El resto, esa masa anónima que te dice “a mí el fútbol no me gusta, salvo en los mundiales”, también creyó que la copa era un sueño posible, y más desde la increíble salida del –después de Alemania- mejor equipo del torneo: Brasil.
Yo creí que Lionel Messi era no sólo la reencarnación del Diego: aposté también que podía llegar a superarlo. Esperé, en vano, que apareciera su rebeldía, su fuego sagrado, como cuando le clavó 4 al Arsenal de Inglaterra. No me desesperé porque no apareciera su gol, y conté que Paolo Rossi, en el ´82, no anotó recién hasta el quinto partido, y después fue el goleador del Mundial, con 6: igual que Kempes en el ´78, que hasta el cuarto partido estaba virgo de goles, y después se llevó la gloria, y el Botín de Oro. También imaginé que, defensivamente, con Otamendi por la derecha, Podolsky y cuantos se arrimaran por allí estarían bien controlados. Recordé que el Estudiantes de Sabella ganó la Libertadores con 4 defensores centrales. Acordé en que Mascherano suele jugar mejor solo en el medio que con otro mediocampista de contención al lado. Supuse que la falta de laburo táctico de Maradona había sido subsanada con el ingreso del Negro Enrique al cuerpo técnico. Dí por sentado que el flaco Di María se destaparía en la etapa final. También arriesgué que Alemania, igual que en el ’86, ó en el ’90, nos respetaría, como nos respetaban, en general, las potencias del mundo futbolero.
Perdí. Perdimos.
Ganaron los otros.
Ahora, ellos, esperarán, sonrisa en boca, las barbaridades mediáticas de Sanfilippo, que repetirán, como chistes verdes, eufóricos, en futuros asados, en mesas de café. Paladearán una y otra vez las declaraciones agrias de Ribolzi. Se burlarán cuando Messi, de acá a unos meses, vuelva a romper récords con la del Barcelona. Y putearán cuando Grondona, con su soberbia autista, vuelva a confirmar a Maradona como dt de la selección.
¿Nosotros? Nosotros seguiremos tranquilos pero heridos, hasta que la pelota vuelva a rodar y la selección juegue aunque sea el peor amistoso, cualquier día de semana. Allí encontraremos la mínima excusa (una pared, una rabona, un zapatazo de veinticinco metros) para alegrarnos y volver a ilusionarnos con la utopía de un Maracanazo argento en el 2014.
3 jul 2010
Beautiful loser
"Diego ha tenido un Mundial hermoso como personaje, disfrutando del escenario, irradiando (casi siempre) sensaciones positivas y convirtiéndose en uno de los protagonistas más atractivos y encantadores del torneo; no sé si su Mundial como entrenador ha sido igual de hermoso, pero estoy demasiado confundido todavía como para tenerlo claro. Además, no es elegante ni de caballeros echar culpas o levantar el dedo acusador cuando han pasado tan pocas horas. "Comedia es: tragedia más tiempo", le explicaba un pedante Alan Alda a un tímido Woody Allen en "Crímenes y pecados"." Entrañable catarsis reflexiva de Hernán Iglesias Illa en un portal mexicano.
De panqueques y fashutos (Por Alex, desde Ciudad del Cabo)
Ni bien salía del estadio, con los alemanes soplando vuvuzelas, recibí el primer mensaje insultando a Messi. Luego otro más. Del apocalipsis al triunfalismo y, ahora, para satisfacción de muchos, otra vez el colapso. Irán por Messi, irán por Maradona, irán por el cuerpo técnico, por cada uno de los defensores, volantes o delanteros.
Veremos la disección de una derrota como si en el fútbol fuera una ciencia exacta. Ayer nomás, Holanda fue superado ampliamente por Brasil en el primer tiempo y no tuvo ninguna situación de gol. Pero se encontró con un gol en contra que le dio un empate y luego sí, una reacción que le dio la victoria. Hoy, Alemania le ganó a la Argentina igual que a Inglaterra: con un gol desde el inicio y luego, de contragolpe. Con una defensa dura y delanteros rápidos. Argentina tuvo la pelota, Alemania las situaciones más claras. El Mundial es cruel pero mucho más cruel es el placer de la carroña. Maradona logró el resultado promedio que la Argentina obtuvo en los últimos veinte años. Nos ilusionamos, pensamos que podía ser diferente al tener al mejor jugador del mundo. No alcanzó. Ahora dirán: "Argentina no le ganó a nadie y cuando tuvo a alguien enfrente perdió por goleada". O dirán de nuevo: "Eran los mejores jugadores con el peor técnico". Los sectores medios altos, no perderán oportunidad de tomarse revancha: si Maradona avanzaba aún más, ¿Qué hubieran dicho? Incluso han tenido que atragantarse el deseo de un escándalo, de un Maradona desbocado, peleando en lugar de saludar a los rivales y consolar a sus jugadores como hizo.
Con honestidad intelectual, un periodista del New York Times le pidió perdón a Maradona antes del partido con Alemania. Y una multitud de argentinos se conmovieron y se identificaron con esa culpa, con ese aire de superioridad moral que una vez más deben deglutir.
Gran parte de esos argentinos, seguramente se sienten más a gusto representando o citando al "prestigioso New York Times" que a Maradona. Se sienten más argentinos, leyendo o diciendo que leen el New York Times. Diego no los representa. Les espanta el Maradona negro, villero, bravucón, drogadicto, ignorante, contradictorio, soberbio. Ayer decían "Como jugador, el señor Maradona fue excelente. Cómo técnico, no está capacitado, es un analfabeto". Mañana dirán: "Cómo jugador fue excelente. También fue un buen técnico. Pero como persona, uf, eso sí que no".
Son ese ochenta por ciento que votó en La Nación que Maradona debía renunciar antes del partido con Perú. O el sesenta por ciento que cliqueó en Clarín que Maradona era el responsable del "fracaso". Ahora, le dicen Diego.
Ese rasgo contradictorio que también le critican a Maradona los sectores ilustrados, refleja la impronta nacional. "Panqueques", como los llamó Maradona ya en en 1986, son aquellos que cambian de lado según la ocasión. Los que apoyaban los golpes y ahora se escandalizan por las instituciones. Los que celebraron la guerra de Malvinas para repudiarla tres meses más tarde. Los que votaron a Alfonsín, a Menem dos veces, a De la Rúa, a Kirchner y señora, pero que nunca lo admitieron: la culpa de lo que pasa siempre es de los otros.
En el caso de Maradona, es legítimo haber criticado su sistema de juego durante las eliminatorias incluso porque "no jugaba bien" o porque casi no clasifica. Pero las críticas no eran a Maradona. Eran descalificaciones. No se analizaba su performance como entrenador sino que se lo juzgaba por su historia personal. Por su pasado con las drogas. Por su inexperiencia como técnico. Por su personalidad. Son exactamente los mismos que llegaron a decir que Messi no sabía la letra del himno (sus compañeros luego le enviaban, en chiste, mensajes de texto con frases como "Oíd Mortales."). ¿Qué dirán de Messi ahora? ¿Será el nuevo responsable de la insatisfacción nacional? El desprecio argentino por lo propio, por lo bueno y por lo malo, proviene de un gen que heredamos desde que comenzó nuestra nación. El placer por la destrucción, la tentación por el fracaso, la superioridad pacata que pretenden los sectores medios altos refleja lo peor de la Argentina mezquina y miserable. Son aquellos que hoy más que nunca, tienen sentimientos contradictorios: deseaban que al equipo le fuera bien, pero la derrota les dio un alivio: perdió Maradona. Argentina sería mucho mejor sin negritos.
Veremos la disección de una derrota como si en el fútbol fuera una ciencia exacta. Ayer nomás, Holanda fue superado ampliamente por Brasil en el primer tiempo y no tuvo ninguna situación de gol. Pero se encontró con un gol en contra que le dio un empate y luego sí, una reacción que le dio la victoria. Hoy, Alemania le ganó a la Argentina igual que a Inglaterra: con un gol desde el inicio y luego, de contragolpe. Con una defensa dura y delanteros rápidos. Argentina tuvo la pelota, Alemania las situaciones más claras. El Mundial es cruel pero mucho más cruel es el placer de la carroña. Maradona logró el resultado promedio que la Argentina obtuvo en los últimos veinte años. Nos ilusionamos, pensamos que podía ser diferente al tener al mejor jugador del mundo. No alcanzó. Ahora dirán: "Argentina no le ganó a nadie y cuando tuvo a alguien enfrente perdió por goleada". O dirán de nuevo: "Eran los mejores jugadores con el peor técnico". Los sectores medios altos, no perderán oportunidad de tomarse revancha: si Maradona avanzaba aún más, ¿Qué hubieran dicho? Incluso han tenido que atragantarse el deseo de un escándalo, de un Maradona desbocado, peleando en lugar de saludar a los rivales y consolar a sus jugadores como hizo.
Con honestidad intelectual, un periodista del New York Times le pidió perdón a Maradona antes del partido con Alemania. Y una multitud de argentinos se conmovieron y se identificaron con esa culpa, con ese aire de superioridad moral que una vez más deben deglutir.
Gran parte de esos argentinos, seguramente se sienten más a gusto representando o citando al "prestigioso New York Times" que a Maradona. Se sienten más argentinos, leyendo o diciendo que leen el New York Times. Diego no los representa. Les espanta el Maradona negro, villero, bravucón, drogadicto, ignorante, contradictorio, soberbio. Ayer decían "Como jugador, el señor Maradona fue excelente. Cómo técnico, no está capacitado, es un analfabeto". Mañana dirán: "Cómo jugador fue excelente. También fue un buen técnico. Pero como persona, uf, eso sí que no".
Son ese ochenta por ciento que votó en La Nación que Maradona debía renunciar antes del partido con Perú. O el sesenta por ciento que cliqueó en Clarín que Maradona era el responsable del "fracaso". Ahora, le dicen Diego.
Ese rasgo contradictorio que también le critican a Maradona los sectores ilustrados, refleja la impronta nacional. "Panqueques", como los llamó Maradona ya en en 1986, son aquellos que cambian de lado según la ocasión. Los que apoyaban los golpes y ahora se escandalizan por las instituciones. Los que celebraron la guerra de Malvinas para repudiarla tres meses más tarde. Los que votaron a Alfonsín, a Menem dos veces, a De la Rúa, a Kirchner y señora, pero que nunca lo admitieron: la culpa de lo que pasa siempre es de los otros.
En el caso de Maradona, es legítimo haber criticado su sistema de juego durante las eliminatorias incluso porque "no jugaba bien" o porque casi no clasifica. Pero las críticas no eran a Maradona. Eran descalificaciones. No se analizaba su performance como entrenador sino que se lo juzgaba por su historia personal. Por su pasado con las drogas. Por su inexperiencia como técnico. Por su personalidad. Son exactamente los mismos que llegaron a decir que Messi no sabía la letra del himno (sus compañeros luego le enviaban, en chiste, mensajes de texto con frases como "Oíd Mortales."). ¿Qué dirán de Messi ahora? ¿Será el nuevo responsable de la insatisfacción nacional? El desprecio argentino por lo propio, por lo bueno y por lo malo, proviene de un gen que heredamos desde que comenzó nuestra nación. El placer por la destrucción, la tentación por el fracaso, la superioridad pacata que pretenden los sectores medios altos refleja lo peor de la Argentina mezquina y miserable. Son aquellos que hoy más que nunca, tienen sentimientos contradictorios: deseaban que al equipo le fuera bien, pero la derrota les dio un alivio: perdió Maradona. Argentina sería mucho mejor sin negritos.
2 jul 2010
Diego, Nerón y el combustible
(El siguiente texto fue escrito hace algo más de dos meses, cuando mucha de la prensa nativa y foránea no daba dos pesos por Maradona DT)
Desde hace un tiempo, buena parte de la patria futbolera debate con pasión —aunque con menos de la que se cree lejos de Ezeiza— las razones por las que Lionel Messi maravilla al planeta cada semana con su equipo, el Barcelona, y, en cambio, cuando le toca jugar con el seleccionado argentino se convierte en un futbolista vulgar, exhibiendo apenas el eco de su innegable genio.
Para John Carlin, cuyas fuentes periodísticas son, entre otras, las reflexiones de un anónimo bloguero inglés y la siempre escurridiza ciencia psicoanalítica, la razón fundamental de ese fracaso es que Diego Maradona tiene un impacto destructivo sobre su heredero y que, limitado como es, falto de ilustración quizás, lejos está de desentrañarlo.
En una peripecia intelectual admirable, Carlin, cuyo prestigio está fuera de discusión, se sumerge con soltura en los alambicados pasillos del inconsciente de Maradona y diagnostica, con herramientas que no deja ver, que en ese territorio tan claro es donde nace el gran problema argentino. Allí, nos enseña Carlin, surge una energía demoníaca —cuyo combustible son la inseguridad y la envidia— que ciega de razón a Maradona, temeroso de perder su condición de Rey absoluto en manos de su príncipe. En la visión de Carlin, Maradona parece ser Nerón: alguien capaz de prender fuego su obra con tal de que nadie ocupe su trono.
Preso de su devastadora egolatría, desde que dirige la selección argentina el dios napolitano, siempre según Carlin, no ha hecho otra cosa más que minar la confianza de Messi enviándole mensajes ambiguos. No hay huellas en el artículo de la naturaleza de esos turbios mensajes —tal vez Carlin tiene fuentes de primer nivel—, pero lo que queda claro es que, para el autor, cada vez que el crack del Barça no tiene una actuación deslumbrante, Maradona —o un enorme pliegue oscuro de su abigarrada personalidad— se relame. Es curioso: Diego siempre ha demostrado, para bien y para mal, que su inconsciente está cerca de su boca.
Hace pocos días, en un reportaje radial, fue Messi quien trató de dilucidar la cuestión. Con oralidad elemental, dijo, palabras más, palabras menos, que cada vez que juega con sus compañeros de selección se lanzan a la cancha sin trabajo, sin práctica, sin conocernos con los otros muchachos. Y así es muy difícil, porque un equipo se construye con trabajo.
La selección argentina, compuesta por futbolistas que juegan en diferentes ligas de Europa, ha entrenado apenas un puñado de días en los últimos dos años. El aceitado Barcelona es el mejor equipo de la historia. Y no sólo porque comulgan allí una inusitada cantidad de fenómenos, sino también porque su técnico, cuyo destino parece ser la sabiduría, puede moldear esa masilla todos los días. Ni siquiera los genios sin tiempo —Picasso, Federer, Dylan, etc— alcanzan la perfección por generación espontánea. Inspiración, pero mucha más transpiración.
Recapitulemos: hay una muchedumbre de muy buenos jugadores que todavía no conforman un equipo, un crack que aún no ha encontrado las condiciones para descollar y un técnico cuya mitología excede cualquier análisis convencional, alguien que ha hecho de la desmesura un estado natural y que, aún en el error, el desmadre verbal o la victimización más absurda, está jugándose el pellejo y el prestigio con su tarea. Sería mucho más sencillo ser el comentarista estrella de una cadena internacional. Su apetito de gloria y su ego, sí, lo empujan a la aventura. No es poco tratándose de un sujeto que se asomó varias veces al abismo. Aún cuando a veces no pueda dejar de alimentar su condición de héroe maldito —el mito del mártir que vence con el sistema en contra—, aún cuando se saltee —los destruya— todos los casilleros de la corrección, no hubo ni un solo episodio sospechoso que pueda servir como respaldo para lanzar la teoría del boicot a Messi y, por consiguiente, del autoboicot.
Por último, una anotación que sirve para señalar la inabordable personalidad de la leyenda. Hay una deliciosa escena en el final del documental que Emir Kusturica filmó sobre Maradona. La acción transcurre en una vieja casa de San Telmo, en donde el director y el cantante Manu Chao aguardan a Maradona para filmar una última parte de la obra. El astro no aparece. Lleva cuatro horas de atraso y está inubicable. Ya ha pasado otras veces, pero ahora es un misterio. Mientras Chao se entretiene rasgueando su guitarra —intenta embellecer los últimos acordes de un tema que le dedicará a Diego— Kusturica, fatigado por la homérica tarea que está llevando a cabo, mira a cámara y, algo contrariado, comparte su desazón: “Hace dos años que sigo a Maradona. Hoy estoy en el mismo lugar que cuando empecé. Todavía no sé quién es”.
Desde hace un tiempo, buena parte de la patria futbolera debate con pasión —aunque con menos de la que se cree lejos de Ezeiza— las razones por las que Lionel Messi maravilla al planeta cada semana con su equipo, el Barcelona, y, en cambio, cuando le toca jugar con el seleccionado argentino se convierte en un futbolista vulgar, exhibiendo apenas el eco de su innegable genio.
Para John Carlin, cuyas fuentes periodísticas son, entre otras, las reflexiones de un anónimo bloguero inglés y la siempre escurridiza ciencia psicoanalítica, la razón fundamental de ese fracaso es que Diego Maradona tiene un impacto destructivo sobre su heredero y que, limitado como es, falto de ilustración quizás, lejos está de desentrañarlo.
En una peripecia intelectual admirable, Carlin, cuyo prestigio está fuera de discusión, se sumerge con soltura en los alambicados pasillos del inconsciente de Maradona y diagnostica, con herramientas que no deja ver, que en ese territorio tan claro es donde nace el gran problema argentino. Allí, nos enseña Carlin, surge una energía demoníaca —cuyo combustible son la inseguridad y la envidia— que ciega de razón a Maradona, temeroso de perder su condición de Rey absoluto en manos de su príncipe. En la visión de Carlin, Maradona parece ser Nerón: alguien capaz de prender fuego su obra con tal de que nadie ocupe su trono.
Preso de su devastadora egolatría, desde que dirige la selección argentina el dios napolitano, siempre según Carlin, no ha hecho otra cosa más que minar la confianza de Messi enviándole mensajes ambiguos. No hay huellas en el artículo de la naturaleza de esos turbios mensajes —tal vez Carlin tiene fuentes de primer nivel—, pero lo que queda claro es que, para el autor, cada vez que el crack del Barça no tiene una actuación deslumbrante, Maradona —o un enorme pliegue oscuro de su abigarrada personalidad— se relame. Es curioso: Diego siempre ha demostrado, para bien y para mal, que su inconsciente está cerca de su boca.
Hace pocos días, en un reportaje radial, fue Messi quien trató de dilucidar la cuestión. Con oralidad elemental, dijo, palabras más, palabras menos, que cada vez que juega con sus compañeros de selección se lanzan a la cancha sin trabajo, sin práctica, sin conocernos con los otros muchachos. Y así es muy difícil, porque un equipo se construye con trabajo.
La selección argentina, compuesta por futbolistas que juegan en diferentes ligas de Europa, ha entrenado apenas un puñado de días en los últimos dos años. El aceitado Barcelona es el mejor equipo de la historia. Y no sólo porque comulgan allí una inusitada cantidad de fenómenos, sino también porque su técnico, cuyo destino parece ser la sabiduría, puede moldear esa masilla todos los días. Ni siquiera los genios sin tiempo —Picasso, Federer, Dylan, etc— alcanzan la perfección por generación espontánea. Inspiración, pero mucha más transpiración.
Recapitulemos: hay una muchedumbre de muy buenos jugadores que todavía no conforman un equipo, un crack que aún no ha encontrado las condiciones para descollar y un técnico cuya mitología excede cualquier análisis convencional, alguien que ha hecho de la desmesura un estado natural y que, aún en el error, el desmadre verbal o la victimización más absurda, está jugándose el pellejo y el prestigio con su tarea. Sería mucho más sencillo ser el comentarista estrella de una cadena internacional. Su apetito de gloria y su ego, sí, lo empujan a la aventura. No es poco tratándose de un sujeto que se asomó varias veces al abismo. Aún cuando a veces no pueda dejar de alimentar su condición de héroe maldito —el mito del mártir que vence con el sistema en contra—, aún cuando se saltee —los destruya— todos los casilleros de la corrección, no hubo ni un solo episodio sospechoso que pueda servir como respaldo para lanzar la teoría del boicot a Messi y, por consiguiente, del autoboicot.
Por último, una anotación que sirve para señalar la inabordable personalidad de la leyenda. Hay una deliciosa escena en el final del documental que Emir Kusturica filmó sobre Maradona. La acción transcurre en una vieja casa de San Telmo, en donde el director y el cantante Manu Chao aguardan a Maradona para filmar una última parte de la obra. El astro no aparece. Lleva cuatro horas de atraso y está inubicable. Ya ha pasado otras veces, pero ahora es un misterio. Mientras Chao se entretiene rasgueando su guitarra —intenta embellecer los últimos acordes de un tema que le dedicará a Diego— Kusturica, fatigado por la homérica tarea que está llevando a cabo, mira a cámara y, algo contrariado, comparte su desazón: “Hace dos años que sigo a Maradona. Hoy estoy en el mismo lugar que cuando empecé. Todavía no sé quién es”.
30 jun 2010
En bolas a la Bastilla
El Mundial nos secuestra, nos llena la vida, nos desnuda. Por las grietas de nuestra amable existencia se cuela su implacable efecto: desde la sensación de hermandad colectiva que se percibe en la atmósfera hasta la presencia insoportable de la publicidad o la de algunos conductores que llenan el aire de un discurso insufrible.
Nos dejamos llevar por la pasión, claro, pero siempre hay una parte nuestra –la más racional- que está atenta para marcarnos la cancha, para recordarnos todo el tiempo que se trata de un juego que nos despierta nuestras mejores y peores reacciones, que si bien el fútbol nos quita el aliento y nos cambia el humor, el mundo no debería darle tanta importancia. En el fondo, por más que a nosotros nos resulte trascendental, sabemos que es algo pueril, que podrá resultar un espacio en el que encontremos un buen puñado de metáforas de la vida, pero que los verdaderos resortes de nuestra civilización deberían estar atados –de hecho lo están- a poleas mucho más esenciales. A veces, cuando en nuestro país –o en otros del tercer mundo- el fútbol rebasa su condición de deporte rey para saturar nuestra realidad y para mantener en vilo a una sociedad y a sus dirigentes, la panza nos hace un ruido de aprensión y sin sentido. Apretamos los dientes y seguimos, conscientes de que unos se aprovechan y otros se distraen. Por lo general, nuestro razonamiento inmediato es poco condescendiente: decimos que somos una sociedad proclive a los desbandes emocionales y a la teatralización de lo que nos pasa. Como muchas veces en cuestiones de pasiones populares hemos estado cerca de la banquina de la demagogia y del absurdo, justificamos esos derrapes con la carta del subdesarrollo y el chauvinismo más elemental. Solemos ser implacables, imaginando siempre que no somos lo que nos merecemos. “En Europa esto no pasa”; diría un protagonista de la hiperbólica publicidad de TyC Sports.
Sin embargo en Europa pasa. Y a veces más que acá. Y no en cualquier país, sino en la cuna de la sociedad moderna, en ese país que siempre imaginamos bello y romántico, existencialista e ilustrado: Francia.
Hoy, Raymond Domenech, técnico de la selección de fútbol, debió someterse a un interrogatorio de la comisión de Asuntos Culturales de la Asamblea Nacional francesa para explicar el bochornoso paso de su equipo por tierras sudafricanas. Suponemos que no le fue fácil, sobre todo en un país con una dificultad atávica para concordar (Ya se lo preguntaba De Gaulle: “¿Cómo se puede gobernar un país que tiene 246 clases de queso?”) Hace unos días, Thierry Henry, figura del equipo, se reunió con el presidente Nicolas Sarkozy, y pese a que no son tiempos de sosiego para el pequeño mandatario, la cumbre duró una hora y media. Francia atraviesa uno de los momentos económicos más duros de los últimos años, con huelgas que paralizan el país y un ajuste brutal en el gasto público lanzado el martes para capear la crisis.
La inmediata, insoslayable pregunta que nos planteamos es: ¿qué hubiera sucedido en nuestro país si, ante una eliminación escandalosa, Cristina Kirchner se reunía en la Casa Rosada con Javier Mascherano? ¿Qué pasaría si, luego de recibir al ex embajador en Venezuela Eduardo Sadou, el parlamento argentino hacía ingresar a Diego Maradona al recinto? ¿Se imaginan las críticas que –con justicia- desatarían semejantes actos?
Invirtamos la hipótesis y preguntémosnos -a riesgo de derrapar junto a los franceses- ¿Por qué una nación supuestamente madura y poderosa, que debería estar atenta a las enormes dificultades financieras que padece –ella y el continente que lidera-, le da un lugar en su agenda al fútbol? ¿Se volvieron locos los franceses, siempre tan cartesianos y elitistas? ¿O es que sus líderes entienden que gobernar es, entre otros asuntos, atender los problemas de la gente y dentro de esos problemas, nos guste o no, está el fútbol?
29 jun 2010
Messi y la flechita roja
Messi empezó este Mundial con la flechita roja para arriba, vertical, contra Nigeria. El segundo partido volvió a jugar bien, aunque esta vez la flechita fue naranja, para arriba pero oblicua, contra los coreanos. El tercer partido, contra Grecia, encontramos a un Messi con la flechita verde, horizontal. Un par de jugadas espectaculares lo salvaron de la azul, la para abajo. La de las Eliminatorias.
Contra México, la progresión descendente continuó. Esta vez Lío sí fue flechita azul. La diferencia entre el mundo real y el virtual de la Play Station es que en el juego, antes de salir a la cancha, podemos proyectar cómo va a rendir cada jugador; en la vida, sabemos el color de las flechitas de ellos recién después de que el partido pasó.
No creo que sea casual que el peor partido de Messi haya sido el peor de la Selección. México nos sacó la pelota por primera vez en el Mundial (exceptuando los 15, 20 iniciales del segundo tiempo contra Corea). Messi, criado en la capital mundial de la tenencia de pelota, el Barcelona, cuando no la tiene se fastidia. En paralelo, millones de argentinos se fastidian con él y rebuznan, comparándolo con Maradona, pero a favor de Diego, claro. Por supuesto, lo comparan con el Diego de 1986, y no con el del 82 (cuando Maradona tenía unos meses menos que Messi). ¿Pero qué jugador –no sólo Messi- en todo el mundo, en toda la historia, puede ser comparado con el Maradona de 1986? Ni Kempes del ´78 se la banca. ¿Ronaldo en el 2002? ¿Zidane en el `98? Quizás, pero lejos. Claro que no existía la Play, pero el Maradona del ´86 jugó todos los partidos con la flechita roja (Corea del Sur, Bulgaria, Uruguay, Inglaterra, Bélgica) y sólo un par con la anaranjada (Italia y Alemania). Todos, de muy bueno para arriba.
Alguno me dirá: Pelé en el `70. Yo no puedo hablar porque no lo viví. No digo que sea falso: me maravillé con los videos de ese Mundial, y el de Suecia, y los de Garrincha en Chile. Pero una cosa es ver videos, y otra los partidos enteros.
Quiero decir: se viene Alemania. Junto con Brasil, el mejor equipo del torneo. Por arriba hoy –para mí- de Holanda y Argentina.
Un equipo que juega como quiere Simeone que jueguen sus equipos –algo que apenas si logró un par de partidos con River, y creo que ninguno con los cuervos-: el 4-2-3-1.
Su último partido, para colmo, fue fabuloso. Müller tuvo la mejor actuación de un futbolista en este Mundial. Klose es un nueve que mete miedo, por arriba y por abajo. El solo, contra los centrales ingleses, ganaba. Özil es el típico crack que el hincha medio definiría como “pecho frío”. Dame Pechos Fríos así. Un jugador fino, muy intermitente, pero veloz de mente y también de piernas. Con Kaká, son los que mejores asistencias dieron en este torneo. Tiene el estilo calcado del Beto Alonso, pero además cuenta con la velocidad de un rayo y la cara de Nery Cardozo. Podolsky es un delantero reconvertido en extremo izquierdo que, cuando pisa el área, apunta y te mata. Los dos del medio corren, meten, pero juegan y llegan siempre al área rival. El 4 es el mejor lateral después de Maicon. El 3, Boateng, pasa menos, pero es duro. Los centrales quizás no transmiten la seguridad que se les pide, los ingleses los volvieron locos con poco y nada. Pero, bueno, salvo Brasil, todos los equipos tienen puntos flojos (yo, a Brasil, hoy no se los veo. Ganan siempre. Se enojan y te matan. Y cuando estás muerto, peor: te bailan alrededor).
Algunos me dirán: ¿tan pocas chances le ves a Argentina? No. Claro que le tengo fe. Agrego un dato: ya sé que no era por los porotos, pero tres, cuatro meses atrás les ganamos un amistoso a los alemanes. Si repasan las formaciones, constatarán que en Argentina jugaron 9 de los 11 que entraron ayer con México. Y ocho de los 11 alemanes que golearon a Inglaterra. No quiere decir mucho, pero tampoco nada.
Lo que sé es que esta vez no me importa tanto lo táctico: ¿qué podrá cambiar Maradona en 6 días? Ya estamos jugados. Algún detalle. Quizás Verón para tenerla más, Jonás para cuidar que Lamb y Müller no metan sus diagonales furiosas. Los cuatro del fondo no se tocan, por más que Demichelis volvió a parecer muy lento en el gol mexicano, pero ya es la defensa que viene jugando y los otros tres, para mi modo de ver, cumplieron. Y Masche siempre es Masche. Tévez viene en alza, anaranjado, y el Pipita es el 9 indiscutido.
Eso sí, hay algo indispensable para ganarle a los alemanes: Que Messi la rompa de nuevo. Como contra Nigeria, o como con Corea. Como en los últimos minutos con Grecia. Esa es la clave: rezar para que el sábado el nene se despierte bien y entre a la cancha con la flechita roja, bien para arriba, y nos lleve después de 20 años, otra vez, a las semifinales de un Mundial.
Bob es brasileño
Brasil me hace acordar a Dylan. Pasan los años y sus discos (sus mundiales) siempre son buenos o geniales, tienen éxito y dejan algún detalle o alguna huella grande en la historia. Dylan tuvo su década mala, los 80, así como Brasil también tuvo la suya (del 74 al 90). La de Dylan fue cuando se convirtió al catolicismo. La de Brasil cuando perdió su Dios (Pelé) y se debatió entre seguir otras religiones (tuvo técnicos que quisieron emular a los italianos) o volver a confiar en lo que le índica su sangre. Fue un momento de confusión, como el que tuvo Dylan cuando finalmente metabolizó su divorcio/duelo. Ahora Brasil gana con autoridad. Tiene un técnico que, al igual que Maradona, no tenía ninguna experiencia anterior como entrenador. Sin embargo, si hay algo que parece tener Dunga es convicción y equilibrio. No parece un novato. Se animó a desprenderse de las leyendas mareadas y gordas (los Ronaldos, Adriano) y confía en una generación de jugadores que absorben todo lo que él les pide. Como siempre, cada entrega de Dylan es esperada y agradecida por miles de sus fanáticos alrededor del mundo, que no paramos de maravillarnos con el fuego inacabable de su magia. Salvo cuando juega contra Argentina, con Brasil nos pasa lo mismo.
28 jun 2010
Ay Marcelo
Bielsa es como Belgrano: alguien que puede ayudar a fundar
una patria y otorgarle su (alto) octanaje moral para siempre, alguien
capaz de morir abrazado a sus banderas, casi todas de un altísimo
nivel de idealismo y pasión.
Pero para gobernar hoy (para ser dt también) no se necesita
romanticismo y sí ser pragmático, flexible y poseer una inteligencia
al servicio de cada circunstancia. O sea, se necesita más peronismo y
menos próceres, sea el Quijote o el creador de la bandera.
Creo que Bielsa (o el bielsismo) debería ser obligatorio en las
escuelas, pero la unidad en la que se hable de cómo jugar en un
Mundial deberían ir como profesores invitados cualquiera de los otros
grandes DT q empiezan con B: Bilardo, Bianchi o Beckenbauer.
27 jun 2010
El Negro
Hace ocho años, yo vendía Internet inalámbrico para la empresa Velocom. Seis meses atrás había sido considerado “mejor vendedor” de la Compañía de Internet Wireless, Millicom. Me dieron un diploma y muchos abrazos. Eso fue el 21 de diciembre de 2001. Cinco días después me echaron, sin darme un centavo de indemnización. Arranqué el 2002 para atrás, como el 90% del país. Después me llamaron de Velocom. Un día iba por la Plaza de Mayo, de traje. Tuve una visión: “de ahora en más me dedico a lo mío: cantar, leer, escribir. Chau traje”. Llegué y le dije a mi jefe que renunciaba. Me contestó con una frase célebre: “Mirá que de la guitarrita no se vive”. Fue lo mejor que me pudo decir.
¿A qué viene todo esto? A que terminé de trabajar como vendedor y empecé a dar clases de lo que sabía: periodismo, literatura. Lo que había estudiado. A los pocos meses, un amigo me pasó un laburo: dar Comunicación y otras materias afines en la escuela de Directores Técnicos de la AFA, en Avellaneda.
Fueron meses imborrables. Me di cuenta de que no era malo enseñando. Allí, en esas aulas y pasillos, o en recreos, escuché jugosas historias y anécdotas de fútbol. Pero me acuerdo en especial de un lugar común: todos decían que quienes sabían en general nunca eran los DT, sino sus ayudantes de campo. Ejemplo: Ramón era analfabeto como entrenador; el genio oculto era Omar Labruna. Bianchi no sabía nada: tomaba todo de Ischia. El tiempo se encargó de desmentir esos rumores. (Me acuerdo de una anécdota parecida, vendiendo Millicom, por Don Torcuato, cuando un remisero me dijo, con aires de tener la posta: “Riquelme no era tan bueno acá en la Villa San Jorge. Era uno del montón. Los mejores nunca llegan)”.
Valga esta introducción para empezar a hablar del Negro Héctor Enrique: el tipo que reemplazó a Miguel Angel Lemme en el cuerpo técnico de Maradona.
Porque ahora que Maradona rompió con su férreo 4-4-2 con el que, anunciaba, iba a jugar al Mundial, y de golpe el equipo cambió con un 4-3-1-2 y un Messi rabioso de enlace con mucha llegada, y se convirtió en uno de los cucos del torneo, ya se escuchan millones de voces que dicen, igual que mis engreídos y queridos alumnos de la Escuela de DT de la AFA: “Ahí el que manda es Enrique. El Gordo no sabe nada”. Y más creció este rumor después de unas simpáticas declaraciones de Tévez. Algo así: Maradona sigue siendo un jugador. De táctica nos hablan Mancu o el Negro Enrique".
Desde acá, a 10 mil kilómetros de Pretoria, no puedo develar la incógnita. Sí tengo la sospecha –casi un deseo- de que el Negro puede haber cambiado la cabeza de Diego. Pero repito: carezco de cualquier tipo de certeza.
De todas formas, me cae muy bien Enrique, no sólo por los recuerdos que dejó como futbolista (qué hincha de River olvidará la pelota que le robó a ¡Cabañas! en mitad de cancha, en la Final de la Libertadores de 1986, antes del golazo de Funes, contra el América de Cali): lo que me parece asombrosa y, creo, casi única, es su carrera como jugador.
El Negro arrancó y terminó en Lanús, entre 1980 y 1993. Y jugó también en Deportivo Español y en River. Pero lo curioso es que de esos trece años, la mayoría (once, doce años) fueron años intrascendentes, hasta casi malos. Sólo que tuvo una, o dos temporadas como mucho, en las que tocó el cielo con las manos: la que va de 1985 a 1986. Después, no hubo mucho más. Pero cuántos jugadores cambiarían el año y medio bueno de Enrique –qué bueno, extraordinario- por toda su carrera.
En sus comienzos, el Negro fue sólo el hermano del Loco Carlos, el marcador de punta de Independiente. Era un simple delantero centro –un 9- en Lanús. Pasó a River en 1984, y siguió en el mismo puesto, hasta que el Bambino Veira probó y lo puso de 8. Ese 1986, River, con Enrique de 8, y Francescoli de 9, y Amuchástegui de 7, y Morresi de 10, y Ruggeri, Gallego, etc., con un equipazo, pero con un Enrique superlativo, ganó el campeonato. Su actuación fue tan buena, que Bilardo lo tuvo que llevar al Mundial de México. El Negro era pedido por la gente, pero recién fue titular-titular contra Inglaterra, en cuartos de final, el día que “asistió” a Diego en el mejor gol del mundo. Después, le dio un pase gol a Valdano en la Final contra Alemania. Y fue campeón. Y después volvió a la Argentina para ganar con River la Copa Libertadores, ese mismo año, y después la Intercontinental.
Cuatro títulos espectaculares, en solo 1 año, año y medio.
¿Qué habrá pedido el Negro al levantar su copa, a las 0:00 y segundos del 1 de enero de 1986? Después, las lesiones lo fueron devolviendo a la oscuridad inicial. Al montón. Pero el Negro tuvo un año en su vida que lo justifica sobre la tierra.
Y ya que pienso cosas en voz alta: el 8 argentino en el Mundial de 1978 fue Osvaldo Ardiles. Ardiles también arrancó su carrera siendo 9. Menotti lo puso de ocho, y el periodismo lo mató al Flaco, porque también de ocho, (volante por derecha) en esa época, brillaban Miguel Brindisi y el Negro Jota Jota López, dos monstruos. Menotti lo bancó a muerte, y Ardiles brilló en ese puesto en 1978, y menos, en 1982.
Retomo y pienso: Los dos volantes por derecha de los equipos argentinos Campeones del Mundo fueron centrodelanteros reconvertidos en volantes por la derecha. ¿Lo habrá notado este cuerpo técnico hípercabulero, que cree, más que Nietzche, en el Eterno Retorno –a 1986-? ¿Por eso habrá jugado Tévez casi de volante por derecha contra Nigeria, y no tanto por cuestiones tácticas? ¿O contra México jugará Milito de 8?
Pienso, también en 1986: ¿cuántas veces le habrá pedido Diego a Bilardo que lo pusiera a Enrique de titular, que la venía rompiendo?
En fin. Lo dije ayer, lo sabemos todos: el lugar argentino más endeble, parece ser, por ahora, el lado derecho de la defensa: Jonás, un 8 reconvertido en 4, y Demichelis, un excelente zaguero que llegó al Mundial lejos de su mejor versión. (El DT de Grecia también pensó lo mismo). ¿Qué hará el Gordo? ¿Bancar a muerte sus elecciones, como Menotti con Olguín y Ardiles en 1978? ¿O empezará a cambiar, como cambió Bilardo, que sacrificó a su protegido Garré y puso al Negro Enrique, para romper sus caprichos y terminar de quedar en la Historia?
18 jun 2010
Equipos de Play Station, opinólogos de Winning eleven
Tengo que hacer una confesión: desde 1996 soy adicto a los juegos de video de fútbol. Un viejo amigo, Cachito Urio, me llevó una tarde a su casa y mi vida cambió: me mostró uno llamado Fifa Soccer Manager, de EA Sports. Me volví loco. Me lo compré con mi primo y dejé horas –meses- de mi vida frente a la compu. Me gustaba que armabas los equipos, las tácticas, las estrategias, comprabas jugadores. Pero, una vez empezado el partido, no podías hacer mucho. No jugabas con un joystick, o con los botones de la compu. Solo mirabas lo que hacía tu equipo. Tu única posibilidad de intervenir era a través de los cambios. Me acuerdo de muchas tardes, un tipo grande, ya, 28 años, escapando del trabajo para encerrarme con Cachito a tomar cerveza a la tarde y jugar un campeonato entero con el Liverpool.
Dirigí a todos los equipos del fútbol inglés (el juego estaba centrado en la Premier) y eso me convirtió, además de un adicto a los juegos, en un “especialista trucho” de fútbol. Lo supe hace poco, cuando compartí un asado en Rosario con Horacio “Petaco” Carbonari. En un momento, el ex zaguero de Central me contó que jugó un par de temporadas en Inglaterra, en el Derby County. Entonces lo sorprendí: le tiré varios nombres que lo mataron. Solís, Stimac, Van der Laan, Asamovic. Al tipo se le abrieron los ojos: eran todos sus compañeros, y yo saqué una especie de chapa de experto. Pero era mentira: jamás vi jugar al Derby. No sé qué cara tienen la mayoría de esos jugadores.
Y algo así como pasa con el Atari, y esos palitos prehistóricos que nos hacen sonrojar al pensar cómo veíamos, alelados, detrás de esas rayitas, cuerpos de tenistas, lo mismo me pasaría hoy si contrastara los gráficos del Fifa Soccer Manager con los de la Play Station. A la que también, por supuesto, me hice adicto, sin hacer caso a mi DNI.
Pero no quiero entrar a polemizar sobre un fenómeno universal que nos permite ingresar a un mundo, a veces, más atrapante que este. Sí quiero decir que uno mismo, sin saber, conoce más de fútbol por haber dirigido en la Play Station a infinidad de jugadores, que por haberlos visto y estudiado en la tele. Y, para colmo, a cada entrega, los gráficos de los juegos mejoran, y ya hay jugadores cuyas reproducciones digitales se mueven, tocan, corren, patean y hasta gesticulan igual que los de carne y hueso (el Cambiasso de la Play, por citar un caso, es increíble: verlo protestar los fallos de los árbitros con el índice de la manito izquierda es algo que todavía me hace reír). Este fenómeno de mímesis, de realidad virtual tan parecida a la realidad, siento, nos lleva a muchos a hablar de fútbol con un vozarrón de autoridad que, creo, tendríamos que revisar. Sí sabemos de fútbol, por haberlo visto y jugado desde hace muchos años. Sabemos porque el fútbol, aquí, está en nuestro ADN. ¿Pero cuánto sabemos en verdad? Yo creo, que a partir de la Play, sabemos –o, al menos, sé- menos de lo que creemos.
Jugamos y nos desvelamos, por ejemplo, con Wright Phillips, del Manchester City. ¿Pero cuántas veces lo vimos jugar en la realidad? Sí lo reconocemos, orgullosos, cuando en el resumen de la fecha de Inglaterra lo vemos hacer un gol. Sabemos que es de color, petiso, atlético, que le pega con la derecha y que juega por las bandas, es un extremo. Pero eso es gracias a la Play y no por seguir la Liga Inglesa (que a mí, particularmente, me aburre). Y así con muchos más. Cracks europeos a los que llegamos, a veces, a divisar en la Champions League, mucho después de haberlos dirigido o enfrentado en el mundo virtual.
Por supuesto, hay especialistas que la re tienen. Pero son los menos.
Esto lo pensé hoy, mientras veía a Inglaterra-Argelia. En varios pasajes de la transmisión, Fabri y Nelson declararon, casi con sorpresa, que aquellos que de verdad vienen viendo jugar a Inglaterra aseguraban que esta era la peor selección en décadas.
Yo miraba los nombres: Ashley Cole, Carragher, Rooney, Gerard, Lampard, Heskey. Tipos con los que jugar en la Play casi no tiene gracia: pasan por arriba de cualquier defensa. O pensemos en Francia: ¡las veces que quise comprar a Ribery al Bayern, y nunca vino a mis clubes! Anelka, Malouda, Henry, Evra. Craks. Figuras mundiales. Estrellas.
¿Qué pasa, muchachos, ídolos de carne y hueso? ¡Millones de euros por patear una pelotita todo el día, y juegan así!, diría el argentino medio, esa especie tan reduccionista y repudiable que pulula por los bares y tablones, y que se aplasta contra el alambrado para gritarle “¡fracasado!” a un Riquelme, a un Ortega.
Igual, no olvidemos que las dos selecciones aún están en carrera. Ahí sí sé de fútbol real: la Francia finalista de 2006 hizo una pésima primera rueda, con un Zidane horrible. Después Zidane tuvo ese repunte falso que tienen los enfermos terminales antes de morir: recuperan por un rato la lozanía, el entusiasmo. Brilló y, de no ser por su pelea con Materazzi, hasta levantaba la copa y el balón de oro. La Argentina del ’90 fue un desastre todo el Mundial. Pero la semifinal con Italia la jugó como para campeón y los dejamos afuera en su propia fiesta.
En fin. No los demos por muertos. Son dos potencias y sus chances están tan intactas como las nuestras.
Y quien te dice, la próxima fecha Rooney, Gerard, Cole, Crouch por un lado, Abidal, Malouda, Ribery por el otro, se despiertan con la flechita roja para arriba, y asumen de una vezpor todas la pilcha de candidatos.
Poesía americana
16 jun 2010
El remisero amargo, Maradona, “éste” y yo.
¿Por qué los remiseros son más amargos que los taxistas?
Pienso en voz alta.
Sospecho que, porque, entre muchas cosas, los remiseros son hijos de una crisis socioeconómica: la de los noventa. O la del 2001. O porque el derrame kirchnerista no llega. Antes que un auto, los tipos manejan sueños truncos, inconclusos: La marroquinería que fundió, la zapatería que no vendió más frente a la avalancha de importados, el retiro voluntario que se fue de las manos como pedo en una canasta, o que primero se volvió Renault 9 y, luego, salida laboral.
No conocí remiseros que amen su oficio. Sí dí con muchos taxistas felices.
Pero no vine a hacer aquí sociología. En verdad, quiero hablar del remisero que ayer me llevó hasta la otra punta de Castelar. Primero, hablando pestes de Maradona, a quien, dijo, habría que sacarle el carnet de DT por haber puesto a Jonás de 4. Yo no sabía si entrar en la discusión. Ganó mi naturaleza. No le contesté directamente.
-No entiendo. Todo el periodismo protestaba con el 4-4-2 que el Gordo quería poner frente a Nigeria. Que cuatro laterales no, porque no hay salida. Que Messi necesita dos puntas más arriba que él, como en el Barcelona. Que es un pecado Tévez afuera. Hoy, que Maradona les dio todos los gustos, y el equipo generó muchísimas situaciones, los mismos tipos piden, a gritos, a Burdisso, el cuarto lateral. O sea: ¡el Gordo tenía razón!
El remisero no contestó. Dijo que ganamos porque no jugamos contra nadie. Que el Mundial-Mundial empieza en octavos. Que cuando nos agarre Alemania…
Le dije que Argentina le ganó bien a Alemania hace pocos meses. Y que ellos jugaron con 8 de los que fueron titulares frente a Australia. Incluido mi nuevo ídolo: Özil, que jugó de carrilero por izquierda y no de media punta. Y que pasó desapercibido (pienso, también, que Alonso, o Bochini, o el mismo Diego, zafaron: que, de haber nacido en esta época, hubiesen tenido que jugar de carrileros, o Bochini de doble cinco, por culpa de los técnicos amarretes, o “modernos”. Pero esto lo pienso para mí, no lo digo).
Dos cuadras antes de bajarme, el tipo, siempre amargado y protestón, el que hace cuadras, o renglones, atacaba a Maradona, cambió y salió a defenderlo. Claro, para atacar a otro:
-Ahora: lo comparan a “éste”, con Maradona. ¡Nada que ver! Este sabe hacer una sola jugada: entrar de derecha a izquierda y patear. ¡Por favor, es un jugadorcito al lado del otro!
Me enfermé. Pensé en acogotarlo. O acuchillarlo. Pero le repliqué como en esas prendas de Domingo para la Juventud, todo rápido y en el menor tiempo posible, mientras el auto estacionaba a un costado y el hombre me cobraba doce pesos.
-Se sacó por izquierda cuatro tipos y se la dio abajo del arco a Higuaín. Hizo una hermosa doble pared con Di María en el segundo tiempo por el mismo sector. También con un caño lo dejó al Pipa solo. Jugó retrasado, por el centro, de enlace, entró por izquierda y por derecha.
El tipo movía la cabeza, no estaba de acuerdo. Le pagué, no lo saludé. Cerré la puerta con más fuerza de lo necesario.
Y seguí:
-Hizo 90 goles en dos años. Ganó siete títulos. Salió dos veces goleador de la Champions en forma consecutiva. Definió de cabeza contra el Manchester en una final. Y en otra, de pechito. Desde Argentina-Bélgica en 1986 un jugador argentino no sobresale tanto, no marca diferencias así en un Mundial de fútbol.
Entonces me vi hablando solo. Del remise, ni noticias.
Pensé entonces en Borges, en Cortázar, en Piazzola, y en otros que no me llegaron, ni me llegan a la mente: argentinos que disfruta todo el mundo, excepto los mismos argentinos.
Özil, clon del Beto Alonso
Mientras el mundo entero, o gran parte del mundo, o, si se quiere, en mi país (que es, a fin de cuentas, mi mundo) se debate si es Lionel Messi el clon o no de su hoy Dt, Diego Maradona, y se llenan miles de espacios en blanco y hectáreas de silencio con que sí lo es, o con que no, me propongo en estas líneas celebrar la aparición de otro clon, acaso con menos resonancia para el planeta en general, pero no para el planeta River Plate.
Porque el domingo pude comprobar, que, después de muchos intentos fallidos, un jugador clave en mi historia, y en la historia de River Plate, el Beto Alonso, tuvo por fin su reencarnación. Y el fútbol es tan generoso, que uno puede reencarnar sin haberse ido de la vida. Es más: a Alonso, al Beto, a ese ejemplar casi único de plasticidad, fineza, calidad, improvisación y elegancia, hace rato le venimos buscando su clon. Incluso en el River de Angel Labruna, allá por 1975, mientras el Beto se inmortalizaba, Alejandro Sabella tuvo la desgracia de ser diez, habilidoso y zurdo. Lo mismo, años después, con Alonso en su crepúsculo, habría de sucederle al entonces pichón de crack Carlos Tapia. Ambos, Sabella, Tapia, debieron emigrar para brillar en otro club: el primero a Estudiantes; el otro, a los innombrables primos de la Ribera. Es que ya en esa época –como todo pasado, más lírico y bello que este ancho y sucio presente- dos diez juntos no podían coexistir. Sí, ya estarán algunos marcándome el Brasil del 70 y sus cinco diez. Pero en el 75, Alonso y Sabella no podían jugar juntos. Tampoco pudieron hacerlo Maradona y Kempes en la selección del ´82. (Aunque lo hicieron, pero, me corrijo: no brillaron. Porque dos diez en el mismo equipo es algo tan inviable e ineficaz como ver a dos chicas hermosas yendo a bailar juntas. Las lindas van siempre al lado de las feas, por simbiosis. Una necesita destacarse; la otra, agarrar las sobras que descarta la bella. Por eso no brillaron, juntos, los dos diez en 1982. Kempes, receloso de ese monstruo que hacía todo bien a los 22 años. Maradona, porque con Kempes al lado, no podía ser el kapanga.
Pero me fui de tema, o me disgregué. Quiero decir que por fin apareció el clon de Alonso. No fue ni Sabella, ni Tapia, ni menos el Indiecito Solari, o el habilidoso padre de la Boba, Andrés D’alessandro. Mucho menos lo fueron los ya olvidados enganches zurdos de River como Talarico, o el importado Oscar Acosta.
No señor: el clon del Beto nació lejos, en Alemania, en el año 1988, dos años después del memorable retiro del 10 de River. Se llama Mesut Özil. Y es hijo de turcos, y su cara lo denota. Tiene algo en ella, no del buen mozo Norberto Alonso, sino más bien, para los memoriosos, del feo cómico uruguayo Divino Vivas. Juega con la ocho, pero se mueve igual que el Beto. No se permite un pase si no es con calidad. Ve espacios donde lo demás solo llanura, simple campo. Es, como lo fue el Beto, el zurdo más elegante del mundo. Sospeché de su filiación por las asistencias finísimas en el primer y en el cuarto gol; lo confirmé con un pase extraordinario creo que a Podolsky, filoso y bello, a espaldas de los defensores alemanes, que luego no pudo usufructuar Klose. Creo que le gana en dinámica al Beto. Es un poco más alto, y eso quizás le permite correr más rápido. Igual que el Beto, actuó ante un roce y se tiró. Pero en estos tiempos botones, eso es amarilla (¡Ay Beto, cuántas veces nos hubieses dejado con diez de existir entonces la amonestación por simular!)
Hoy abrí todos los diarios que pude, husmeé en los sitios de Internet. Pero no vi que nadie dijera nada -no vi ni leí a todos-.
No sé si Messi será el clon del Diego (juro que cruzo los dedos para que lo sea, aunque esa es harina de otro costal). Pero si sé que el Beto Alonso está jugando de nuevo. Aunque para Alemania, y no para mi querido River Plate. ¡Puta madre, la dupla que harían arriba con el crack Gustavo Canales!
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