16 jun 2010

El remisero amargo, Maradona, “éste” y yo.




¿Por qué los remiseros son más amargos que los taxistas?
Pienso en voz alta.
Sospecho que, porque, entre muchas cosas, los remiseros son hijos de una crisis socioeconómica: la de los noventa. O la del 2001. O porque el derrame kirchnerista no llega. Antes que un auto, los tipos manejan sueños truncos, inconclusos: La marroquinería que fundió, la zapatería que no vendió más frente a la avalancha de importados, el retiro voluntario que se fue de las manos como pedo en una canasta, o que primero se volvió Renault 9 y, luego, salida laboral.
No conocí remiseros que amen su oficio. Sí dí con muchos taxistas felices.
Pero no vine a hacer aquí sociología. En verdad, quiero hablar del remisero que ayer me llevó hasta la otra punta de Castelar. Primero, hablando pestes de Maradona, a quien, dijo, habría que sacarle el carnet de DT por haber puesto a Jonás de 4. Yo no sabía si entrar en la discusión. Ganó mi naturaleza. No le contesté directamente.
-No entiendo. Todo el periodismo protestaba con el 4-4-2 que el Gordo quería poner frente a Nigeria. Que cuatro laterales no, porque no hay salida. Que Messi necesita dos puntas más arriba que él, como en el Barcelona. Que es un pecado Tévez afuera. Hoy, que Maradona les dio todos los gustos, y el equipo generó muchísimas situaciones, los mismos tipos piden, a gritos, a Burdisso, el cuarto lateral. O sea: ¡el Gordo tenía razón!
El remisero no contestó. Dijo que ganamos porque no jugamos contra nadie. Que el Mundial-Mundial empieza en octavos. Que cuando nos agarre Alemania…
Le dije que Argentina le ganó bien a Alemania hace pocos meses. Y que ellos jugaron con 8 de los que fueron titulares frente a Australia. Incluido mi nuevo ídolo: Özil, que jugó de carrilero por izquierda y no de media punta. Y que pasó desapercibido (pienso, también, que Alonso, o Bochini, o el mismo Diego, zafaron: que, de haber nacido en esta época, hubiesen tenido que jugar de carrileros, o Bochini de doble cinco, por culpa de los técnicos amarretes, o “modernos”. Pero esto lo pienso para mí, no lo digo).
Dos cuadras antes de bajarme, el tipo, siempre amargado y protestón, el que hace cuadras, o renglones, atacaba a Maradona, cambió y salió a defenderlo. Claro, para atacar a otro:
-Ahora: lo comparan a “éste”, con Maradona. ¡Nada que ver! Este sabe hacer una sola jugada: entrar de derecha a izquierda y patear. ¡Por favor, es un jugadorcito al lado del otro!
Me enfermé. Pensé en acogotarlo. O acuchillarlo. Pero le repliqué como en esas prendas de Domingo para la Juventud, todo rápido y en el menor tiempo posible, mientras el auto estacionaba a un costado y el hombre me cobraba doce pesos.
-Se sacó por izquierda cuatro tipos y se la dio abajo del arco a Higuaín. Hizo una hermosa doble pared con Di María en el segundo tiempo por el mismo sector. También con un caño lo dejó al Pipa solo. Jugó retrasado, por el centro, de enlace, entró por izquierda y por derecha.
El tipo movía la cabeza, no estaba de acuerdo. Le pagué, no lo saludé. Cerré la puerta con más fuerza de lo necesario.
Y seguí:
-Hizo 90 goles en dos años. Ganó siete títulos. Salió dos veces goleador de la Champions en forma consecutiva. Definió de cabeza contra el Manchester en una final. Y en otra, de pechito. Desde Argentina-Bélgica en 1986 un jugador argentino no sobresale tanto, no marca diferencias así en un Mundial de fútbol.
Entonces me vi hablando solo. Del remise, ni noticias.
Pensé entonces en Borges, en Cortázar, en Piazzola, y en otros que no me llegaron, ni me llegan a la mente: argentinos que disfruta todo el mundo, excepto los mismos argentinos.

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