8 jul 2010

Lost in traslation

Como siempre, el amigo Casas no se calla nadie nada nunca y nos regala su antigordismo brillante e ilustrado

5 jul 2010

Vencedores y vencidos

Es muy triste ilusionarte: la desilusión siempre te mata. Benditos aquellos que no creyeron en esta selección, desde el comienzo. Benditos los que, cuando ganamos los tres primeros partidos de Argentina del Mundial, no se maravillaron con una sola jugada de Messi, y sí se manifestaron preocupados porque atrás éramos un desastre (sobre todo el sector derecho de la defensa) y porque, en el medio, “Mascherano estaba muy solo”. Benditos los que nunca, ni aún en sus mejores tardes en el Camp Nou, vieron en Lionel Messi al sucesor de Maradona. Qué suerte los que esperaban, deseosos, este traspié (aunque nunca, calculo, imaginaron la goleada teutona).
Nosotros, una gran parte de este país, nos ilusionamos. De esa gran parte, me creo –o creía- entre el selecto grupo de los que “saben de fútbol”. El resto, esa masa anónima que te dice “a mí el fútbol no me gusta, salvo en los mundiales”, también creyó que la copa era un sueño posible, y más desde la increíble salida del –después de Alemania- mejor equipo del torneo: Brasil.
Yo creí que Lionel Messi era no sólo la reencarnación del Diego: aposté también que podía llegar a superarlo. Esperé, en vano, que apareciera su rebeldía, su fuego sagrado, como cuando le clavó 4 al Arsenal de Inglaterra. No me desesperé porque no apareciera su gol, y conté que Paolo Rossi, en el ´82, no anotó recién hasta el quinto partido, y después fue el goleador del Mundial, con 6: igual que Kempes en el ´78, que hasta el cuarto partido estaba virgo de goles, y después se llevó la gloria, y el Botín de Oro. También imaginé que, defensivamente, con Otamendi por la derecha, Podolsky y cuantos se arrimaran por allí estarían bien controlados. Recordé que el Estudiantes de Sabella ganó la Libertadores con 4 defensores centrales. Acordé en que Mascherano suele jugar mejor solo en el medio que con otro mediocampista de contención al lado. Supuse que la falta de laburo táctico de Maradona había sido subsanada con el ingreso del Negro Enrique al cuerpo técnico. Dí por sentado que el flaco Di María se destaparía en la etapa final. También arriesgué que Alemania, igual que en el ’86, ó en el ’90, nos respetaría, como nos respetaban, en general, las potencias del mundo futbolero.
Perdí. Perdimos.
Ganaron los otros.
Ahora, ellos, esperarán, sonrisa en boca, las barbaridades mediáticas de Sanfilippo, que repetirán, como chistes verdes, eufóricos, en futuros asados, en mesas de café. Paladearán una y otra vez las declaraciones agrias de Ribolzi. Se burlarán cuando Messi, de acá a unos meses, vuelva a romper récords con la del Barcelona. Y putearán cuando Grondona, con su soberbia autista, vuelva a confirmar a Maradona como dt de la selección.
¿Nosotros? Nosotros seguiremos tranquilos pero heridos, hasta que la pelota vuelva a rodar y la selección juegue aunque sea el peor amistoso, cualquier día de semana. Allí encontraremos la mínima excusa (una pared, una rabona, un zapatazo de veinticinco metros) para alegrarnos y volver a ilusionarnos con la utopía de un Maracanazo argento en el 2014.

3 jul 2010

Beautiful loser

"Diego ha tenido un Mundial hermoso como personaje, disfrutando del escenario, irradiando (casi siempre) sensaciones positivas y convirtiéndose en uno de los protagonistas más atractivos y encantadores del torneo; no sé si su Mundial como entrenador ha sido igual de hermoso, pero estoy demasiado confundido todavía como para tenerlo claro. Además, no es elegante ni de caballeros echar culpas o levantar el dedo acusador cuando han pasado tan pocas horas. "Comedia es: tragedia más tiempo", le explicaba un pedante Alan Alda a un tímido Woody Allen en "Crímenes y pecados"." Entrañable catarsis reflexiva de Hernán Iglesias Illa en un portal mexicano.

De panqueques y fashutos (Por Alex, desde Ciudad del Cabo)

Ni bien salía del estadio, con los alemanes soplando vuvuzelas, recibí el primer mensaje insultando a Messi. Luego otro más. Del apocalipsis al triunfalismo y, ahora, para satisfacción de muchos, otra vez el colapso. Irán por Messi, irán por Maradona, irán por el cuerpo técnico, por cada uno de los defensores, volantes o delanteros.
Veremos la disección de una derrota como si en el fútbol fuera una ciencia exacta. Ayer nomás, Holanda fue superado ampliamente por Brasil en el primer tiempo y no tuvo ninguna situación de gol. Pero se encontró con un gol en contra que le dio un empate y luego sí, una reacción que le dio la victoria. Hoy, Alemania le ganó a la Argentina igual que a Inglaterra: con un gol desde el inicio y luego, de contragolpe. Con una defensa dura y delanteros rápidos. Argentina tuvo la pelota, Alemania las situaciones más claras. El Mundial es cruel pero mucho más cruel es el placer de la carroña. Maradona logró el resultado promedio que la Argentina obtuvo en los últimos veinte años. Nos ilusionamos, pensamos que podía ser diferente al tener al mejor jugador del mundo. No alcanzó. Ahora dirán: "Argentina no le ganó a nadie y cuando tuvo a alguien enfrente perdió por goleada". O dirán de nuevo: "Eran los mejores jugadores con el peor técnico". Los sectores medios altos, no perderán oportunidad de tomarse revancha: si Maradona avanzaba aún más, ¿Qué hubieran dicho? Incluso han tenido que atragantarse el deseo de un escándalo, de un Maradona desbocado, peleando en lugar de saludar a los rivales y consolar a sus jugadores como hizo.
Con honestidad intelectual, un periodista del New York Times le pidió perdón a Maradona antes del partido con Alemania. Y una multitud de argentinos se conmovieron y se identificaron con esa culpa, con ese aire de superioridad moral que una vez más deben deglutir.
Gran parte de esos argentinos, seguramente se sienten más a gusto representando o citando al "prestigioso New York Times" que a Maradona. Se sienten más argentinos, leyendo o diciendo que leen el New York Times. Diego no los representa. Les espanta el Maradona negro, villero, bravucón, drogadicto, ignorante, contradictorio, soberbio. Ayer decían "Como jugador, el señor Maradona fue excelente. Cómo técnico, no está capacitado, es un analfabeto". Mañana dirán: "Cómo jugador fue excelente. También fue un buen técnico. Pero como persona, uf, eso sí que no".
Son ese ochenta por ciento que votó en La Nación que Maradona debía renunciar antes del partido con Perú. O el sesenta por ciento que cliqueó en Clarín que Maradona era el responsable del "fracaso". Ahora, le dicen Diego.
Ese rasgo contradictorio que también le critican a Maradona los sectores ilustrados, refleja la impronta nacional. "Panqueques", como los llamó Maradona ya en en 1986, son aquellos que cambian de lado según la ocasión. Los que apoyaban los golpes y ahora se escandalizan por las instituciones. Los que celebraron la guerra de Malvinas para repudiarla tres meses más tarde. Los que votaron a Alfonsín, a Menem dos veces, a De la Rúa, a Kirchner y señora, pero que nunca lo admitieron: la culpa de lo que pasa siempre es de los otros.
En el caso de Maradona, es legítimo haber criticado su sistema de juego durante las eliminatorias incluso porque "no jugaba bien" o porque casi no clasifica. Pero las críticas no eran a Maradona. Eran descalificaciones. No se analizaba su performance como entrenador sino que se lo juzgaba por su historia personal. Por su pasado con las drogas. Por su inexperiencia como técnico. Por su personalidad. Son exactamente los mismos que llegaron a decir que Messi no sabía la letra del himno (sus compañeros luego le enviaban, en chiste, mensajes de texto con frases como "Oíd Mortales."). ¿Qué dirán de Messi ahora? ¿Será el nuevo responsable de la insatisfacción nacional? El desprecio argentino por lo propio, por lo bueno y por lo malo, proviene de un gen que heredamos desde que comenzó nuestra nación. El placer por la destrucción, la tentación por el fracaso, la superioridad pacata que pretenden los sectores medios altos refleja lo peor de la Argentina mezquina y miserable. Son aquellos que hoy más que nunca, tienen sentimientos contradictorios: deseaban que al equipo le fuera bien, pero la derrota les dio un alivio: perdió Maradona. Argentina sería mucho mejor sin negritos.

2 jul 2010

Diego, Nerón y el combustible

(El siguiente texto fue escrito hace algo más de dos meses, cuando mucha de la prensa nativa y foránea no daba dos pesos por Maradona DT)


Desde hace un tiempo, buena parte de la patria futbolera debate con pasión —aunque con menos de la que se cree lejos de Ezeiza— las razones por las que Lionel Messi maravilla al planeta cada semana con su equipo, el Barcelona, y, en cambio, cuando le toca jugar con el seleccionado argentino se convierte en un futbolista vulgar, exhibiendo apenas el eco de su innegable genio.

Para John Carlin, cuyas fuentes periodísticas son, entre otras, las reflexiones de un anónimo bloguero inglés y la siempre escurridiza ciencia psicoanalítica, la razón fundamental de ese fracaso es que Diego Maradona tiene un impacto destructivo sobre su heredero y que, limitado como es, falto de ilustración quizás, lejos está de desentrañarlo.

En una peripecia intelectual admirable, Carlin, cuyo prestigio está fuera de discusión, se sumerge con soltura en los alambicados pasillos del inconsciente de Maradona y diagnostica, con herramientas que no deja ver, que en ese territorio tan claro es donde nace el gran problema argentino. Allí, nos enseña Carlin, surge una energía demoníaca —cuyo combustible son la inseguridad y la envidia— que ciega de razón a Maradona, temeroso de perder su condición de Rey absoluto en manos de su príncipe. En la visión de Carlin, Maradona parece ser Nerón: alguien capaz de prender fuego su obra con tal de que nadie ocupe su trono.
Preso de su devastadora egolatría, desde que dirige la selección argentina el dios napolitano, siempre según Carlin, no ha hecho otra cosa más que minar la confianza de Messi enviándole mensajes ambiguos. No hay huellas en el artículo de la naturaleza de esos turbios mensajes —tal vez Carlin tiene fuentes de primer nivel—, pero lo que queda claro es que, para el autor, cada vez que el crack del Barça no tiene una actuación deslumbrante, Maradona —o un enorme pliegue oscuro de su abigarrada personalidad— se relame. Es curioso: Diego siempre ha demostrado, para bien y para mal, que su inconsciente está cerca de su boca.

Hace pocos días, en un reportaje radial, fue Messi quien trató de dilucidar la cuestión. Con oralidad elemental, dijo, palabras más, palabras menos, que cada vez que juega con sus compañeros de selección se lanzan a la cancha sin trabajo, sin práctica, sin conocernos con los otros muchachos. Y así es muy difícil, porque un equipo se construye con trabajo.

La selección argentina, compuesta por futbolistas que juegan en diferentes ligas de Europa, ha entrenado apenas un puñado de días en los últimos dos años. El aceitado Barcelona es el mejor equipo de la historia. Y no sólo porque comulgan allí una inusitada cantidad de fenómenos, sino también porque su técnico, cuyo destino parece ser la sabiduría, puede moldear esa masilla todos los días. Ni siquiera los genios sin tiempo —Picasso, Federer, Dylan, etc— alcanzan la perfección por generación espontánea. Inspiración, pero mucha más transpiración.

Recapitulemos: hay una muchedumbre de muy buenos jugadores que todavía no conforman un equipo, un crack que aún no ha encontrado las condiciones para descollar y un técnico cuya mitología excede cualquier análisis convencional, alguien que ha hecho de la desmesura un estado natural y que, aún en el error, el desmadre verbal o la victimización más absurda, está jugándose el pellejo y el prestigio con su tarea. Sería mucho más sencillo ser el comentarista estrella de una cadena internacional. Su apetito de gloria y su ego, sí, lo empujan a la aventura. No es poco tratándose de un sujeto que se asomó varias veces al abismo. Aún cuando a veces no pueda dejar de alimentar su condición de héroe maldito —el mito del mártir que vence con el sistema en contra—, aún cuando se saltee —los destruya— todos los casilleros de la corrección, no hubo ni un solo episodio sospechoso que pueda servir como respaldo para lanzar la teoría del boicot a Messi y, por consiguiente, del autoboicot.

Por último, una anotación que sirve para señalar la inabordable personalidad de la leyenda. Hay una deliciosa escena en el final del documental que Emir Kusturica filmó sobre Maradona. La acción transcurre en una vieja casa de San Telmo, en donde el director y el cantante Manu Chao aguardan a Maradona para filmar una última parte de la obra. El astro no aparece. Lleva cuatro horas de atraso y está inubicable. Ya ha pasado otras veces, pero ahora es un misterio. Mientras Chao se entretiene rasgueando su guitarra —intenta embellecer los últimos acordes de un tema que le dedicará a Diego— Kusturica, fatigado por la homérica tarea que está llevando a cabo, mira a cámara y, algo contrariado, comparte su desazón: “Hace dos años que sigo a Maradona. Hoy estoy en el mismo lugar que cuando empecé. Todavía no sé quién es”.